jueves, 16 de octubre de 2008

Negocio f a m i liar

Negocio familiar; había empezado allá por la década del treinta.
Pasó del padre al hijo y del hijo a sus tres varones.
Hoy los Ruggero manejan la funeraria de la calle Armenia.
Entre los tres suman más de setenta años tratando con muertos; muertos ajenos, desconocidos (para mantener una salud mental razonable habían ubicado la funeraria estratégicamente lejos, bien lejos del barrio).

El lunes bien temprano sonó el teléfono.
Una tragedia porque era grande pero no tanto.
Para robarle dos mangos te das cuenta? Como estamos, es una cosa de locos.
Y Paco, el Ruggero del medio, hablaba por teléfono con desconfianza. Porque solo para contarle que mataron al viejo del kiosco no lo llaman a las ocho de la mañana.
Queremos lo mejor y se nos ocurrió llamarlos.
Y sí, no solo hay que lidiar con un muerto propio, porque al viejo del kiosco le compraban desde que son chicos, sino también hay que estar listo porque se viene el mangazo.
Y entre que era un pobre hombre, que lo mataron, que dejó una viuda, dos hijos y cuatro nietos, que lo conoces de toda la vida, tan bueno que era; uno no se puede negar.
Y si le bajas un veinte por ciento, se lo dejas a la mitad. Y si se lo dejaste a la mitad, a ustedes que les va tan bien, se lo regalaste: el servicio, el cajón y las flores.

Paco cortó el teléfono y reunió a los otros dos.
El gordo estaba loco de ira.
Hablan con vos porque sos el blandito pero si atendía el teléfono ni las flores más chiquitas le regalaba.
A Esteban le preocupaba más el muerto.
Lo van a traer acá entonces?
Y sí, como siempre, lo traen, lo maquillan, lo visten y cuando esta todo listo lo llevan.
Yo no lo visto ni lo maquillo.

A las cuatro llegó el viejo.
Entre los tres lo llevaron a la camilla del fondo.
El gordo estaba negado.
A Esteban lo de la plata no le preocupaba tanto, él no quería saber nada con el viejo.
Lo miro y siento que me va a gritar por no tener cambio, yo no lo toco.
Y Paco, el supuesto culpable, el flojito para lidiar con viejas viudas, es el hermano administrativo; administrativo o inútil a la hora de lidiar con el cadáver.

Tiene que estar listo en una hora y media.
Llamar a alguien más para que lo haga es imposible, porque habría que pagarle.
Hacerlo gratis ya es una barbaridad, perder plata no es una opción.

El gordo se fue temprano, agarró sus cosas y cerró con portazo y una puteada por lo bajo para el tarado este que nunca sabe decir que no, que decí que somos hermanos y alguna otra cosa que no se llegó a escuchar.
Esteban caminaba de lado a lado. Se prendió un cigarrillo, lo fumó en dos segundos y se decidió.
Si el gordo se va, él se va.
El viejo me pone nervioso.

Paco estaba solo. Toda su vida en la funeraria y nunca presto atención al procedimiento. No tenia idea. Intento moverlo, el viejo pesaba una tonelada. Quiso llamar a Estaban y nada, el gordo lo atendió pero no lo dejo hablar; le gritó un poco y cortó.
Cansado se sentó en su escritorio. Estaba decidido a encontrar una solución, porque no podía lidiar con viejas amarretas pero al menos no era un chancho sacado ni una gallina de cuarta, porque no sabrá mucho de cadáveres pero bien que sin él la funeraria se vendría abajo; y ahí se convenció: el hermano administrativo, por lógica, es el hermano inteligente.

Lo que pasa es que usted no sabe como es esto, cuando superan los sesenta es otra cosa.

El regala funerales convenció a la viuda. Y el viejo del kiosco tuvo su ceremonia, sin ropa ni maquillaje pero con un cajón bien elegante, cerrado.

sábado, 11 de octubre de 2008

Ese día citaron a los padres a las tres y media de la tarde. La idea era que vieran el progreso de los chicos porque hacía como seis meses que habían empezado el jardín, y con lo que cuesta más vale que algo nuevo aprendan y que los inviten y les den café con masitas.

Julio salió antes de la oficina y buscó a Mónica por la peluquería.

Llegaron a un hall atestado de madres jóvenes, bien rubias y a los gritos por los celulares. La mayoría estaba sola y alguna que otra acompañada de un tipo de más de sesenta con pinta de mucha plata.

La directora dio una charla de bienvenida y los invitó a sentarse contra una de las paredes del salón.
Los chicos entraron en fila y empezó el show.

Vamos a dibujar con lavandina y a hacer un muñeco de nieve con bolitas de algodón.
Después saltamos y bailamos y por último armamos un rompecabezas.

A Tomás le tocó uno de un burro en jardinero de jean, con sombrero de paja y pastito en la boca. Tardó bastante en empezar y como no lograba encajar las piezas se frustró, no quería saber nada. Los otros chicos armaban sus animalitos.

Pero que linda vaca armó Jacinta y miren la jirafa que descubrió Gabriel.

Y así se iban yendo con sus mamas platinadas y sus papas millonarios y Tomás quedó ahí hasta que a la maestra se le ocurrió ayudarlo, porque ya eran las cuatro y veinte y en su casa la esperaban los del service del lavarropas.

A Mónica no le pareció nada grave, es más en el momento hasta le dio ternura.
La cosa se puso fea cuando estaban llegando al auto.

Tomás salió a vos, evidentemente.

Y Mónica no sabía si ofenderse a muerte por la agresión o enojarse muchísimo por el comentario totalmente desalentador para su hijo. Tomás ni había escuchado pero podría haber estado prestando atención.

Se lo dijo porque piensa que es tonta?
Si no hizo una carrera universitaria fue para casarse con él; así se lo agradece?
Ella bien podría haber sido médica o arquitecta.
Pero no, claro, mundo machista: sos mujer, sos madre y solo madre.

Y entre que se subieron al auto y estacionaron en la puerta de la casa, ella lo decidió.
Porque nunca es tarde para empezar algo nuevo y ella tiene más energía que a los veinte.
Se va a anotar, a comprar los apuntes y recién ahí le va a avisar al cavernícola este que se piensa que ella la cabeza la tiene sólo para ir a la peluquería.

lunes, 6 de octubre de 2008

Si le pido porque le pido y si no propongo pedirle porque no propongo.

Lo primero fue a hablar al colegio, porque tres chicos es mucha plata y en dos años van a ser cuatro, todos ahí. Así que se arregló media beca para el más chico y cuando entre el cuarto va a pagar menos de la mitad y si se le ocurre meter a un quinto no paga; igual cinco chicos no tiene, por suerte, porque el colegio sería gratis pero la ropa y la comida quien las financia?

Lo segundo fue irse del club, al final pagaban una cuota monstruo y no iban nunca, solo en diciembre a la pileta; el único que quedó socio fue Esteban, es que él sin el tenis no puede estar.

Miraron para mudarse a un departamento más chico, pero lo dejaron para más adelante porque para vender éste habría que arreglarlo, y si después lo venden mal el gasto no se justifica. Además a los chicos no se los puede apretar más, duermen los chicos en un cuarto y las chicas en otro. Los cuatro juntos sería un disparate.

Lo que si cambiaron fue la camioneta, hace como seis meses. Lo malo es que ahora no entran todos en el auto y para cada viaje hay que estar pagando pasajes en colectivo que cuestan una fortuna. Casi no viajan, pero a Córdoba hubo que ir si o si. Se casaba una prima, iban todos, quedaba mal no ir. Y fueron las chicas en el auto y los varones en colectivo, en realidad entraba uno más en el auto pero Bautista no quería ir solo así que lo mandaron a Beltrán también.

Macarena esta en quinto y en julio le toca el viaje de egresados. El problema es que la empresa que eligieron los lleva a los mejores boliches y les da las mejores mochilas pero de pagar en cuotas ni noticias. Entonces Aurora fue a hablar y le dijeron que a lo sumo se lo dejaban pagar en dos partes pero que no pretenda que le congelen el precio porque como andan las cosas, imposible. Y eso a Esteban le sonó a robo.

Mejor pagar todo junto.

Y fue por ese comentario que a Aurora se le ocurrió pedirle a su hermana.
Primero llamó a Mónica y fue Mónica la que llamó a Claudia, para contarle.

Parece que está muy mal de plata, ni para un viaje a Bariloche tiene.

Entonces Claudia puso manos a la obra y sacó plata de su cuenta, una que tiene desde hace mil años, cuando por algunos meses tuvo la iniciativa de hacer tortas.
Cuando fue a llevar el sobre con el préstamo, Aurora no estaba así que no tuvo mejor idea que dejárselo a Esteban.
Cuando le vio la cara se dio cuenta, ni idea tenía el hombre del pedido de auxilio.
Desde ahí que Esteban esta raro, ni las mira, porque problemas tienen todos, pero problemas públicos sólo algunos.

viernes, 26 de septiembre de 2008

na v i dad

Este año nos toca juntos.

El tres de diciembre se vieron en el cumpleaños de Ramón y ahí decidieron. En realidad sortearon porque nadie se ofrecía, además siempre ponen los mismos.
Pusieron los apellidos de casadas en papelitos y Pedro sacó; es el más chiquito no sabe hacer trampa.
Tocó en lo de Larralde. Una injusticia teniendo en cuenta que el año pasado no, el otro, fue ahí, pero bueno, todos de acuerdo con hacer el sorteo y la queja dependiendo del resultado queda mal.

Más sobre la fecha nos hablamos por el tema comida.

Mónica, que es Larralde, salió a comprar regalos. Si ella pone casa no debería tener la obligación de regalar, o al menos no a todos. Habría que tener en cuenta que ella es la hermana con menos hijos, así que en definitiva las otras ensucian una casa que no van a limpiar y encima gastan menos en regalos.

Cecilia, que es Rodríguez, salió de compras el mismo día. A ella también le parece un despropósito la cantidad de regalos. Lo peor es que sus hermanas tienen por lo menos dos hijas mujeres cada una y eso sí que es un presupuesto. Ella, en cambio, tiene cuatro varones y con un autito de quince pesos o unas medias de fútbol los dejan contentos, porque están tan bien educados que nunca mirarían un regalo con asco por porquería que sea. Sus sobrinas son mal criadas, si la remerita no es de marca no sirve; y si va a gastar plata que sea con un fin, porque comprar algo para que quede hecho un bollo en el fondo de un cajón, nunca.

Claudia, que es Bustamante, compró los regalos hace dos semanas. Es que sino los shoppings son insufribles, un hormiguero de gente. Además es fin de año y no se puede ir de la oficina tanto tiempo, quiere dejar todo bien organizado para enero y si puede adelantar algo de los primeros días de febrero mejor. No se acuerda bien ni las edades ni los tamaños, es que hay tanto chico en la familia! Opta por libros, para los ajenos y para los de ella, no tiene la certeza pero se anima a pensar que ya están grandes para juguetes.

Aurora, que era Crivelli pero dejó de serlo hace cuatro años, piensa comprar la semana que viene. Todavía esta indignada con el sorteo. ¿Cómo le van a poner Crivelli en el papelito? Podrían haber puesto el de soltera si total esta más que claro que la única separada es ella. Además quedaron pésimo con Arturo, es al primer evento grande que se anima a llevarlo y tiene que soportar que a ella la llamen Crivelli! Un horror, un espanto; ahora seguro que el veinticuatro ni pasa; aunque por un lado mejor porque si venía, venía con sus hijos y como son, alguno traía a un amigo o primo o novia y si suma además que a Arturo en las fiestas le toca su mamá la lista de regalos se vuelve interminable.

jueves, 7 de agosto de 2008

Está en el baño hace rato.
Tiene que juntar valor; o eso es lo que quiere creer, porque en realidad ya sabe.
Sabe pero se hace la que no.
Respira hondo y lee, lee por cuarta vez el papelito.
Hace lo que tiene que hacer y espera.
Que van a decir las chicas?
Cuenta las flores de los azulejos, las verdes que aparecen entre las amarillas y las rosas, salvo en uno que se repiten dos amarillas seguidas, será un error de fábrica.
Mira el reloj, ya está, ya puede ver.
Y sí, ella ya sabía.
En el fondo está contenta pero a Gustavo no le va a decir que esta contenta porque si le dice la mata.
Mucho tiempo más no se lo va a poder guardar, primero porque no va a aguantar y segundo porque en cualquier momento se le nota.
Su mamá se va a alterar, al principio, pero después va a aflojar, está segura.
Las chicas no lo van a poder creer pero también van a aflojar cuando se hagan la idea. Además si la ven contenta, en definitiva, eso es lo que importa.
El que le preocupa es Gustavo, se va a poner como loco, ella ya sabe. No le va a gustar nada. Es que él no quiere.
Y justo ahí se escuchan las llaves, es Gustavo que entra.
Y Valeria en el baño tira todo y se pone nerviosa.
Es que cinco chicos es mucho.

domingo, 3 de agosto de 2008

-Una manzana, pónganle una roja; no, mejor, una roja y una verde.
-Pero señor, el producto no tiene manzanas.
-Pero es dietético no?
-Sí, señor.
-Entonces póngale las manzanas.
-Pero señor, colocar un ingrediente que el producto no contiene es…
-Es que?
-Poco ético, señor.
-Discúlpeme pero la manzana y lo dietético son la misma cosa, no? Van de la mano.
-Perdone que insista pero creo que además de poco ético es ilegal, señor.
-Ilegal!? Nono, falta de ética podemos permitirnos, pero asuntos con la ley no, suspendamos las manzanas.
-Entendido, señor.
-Que tal unos cereales, pueden ser unas espigas o una bolsa de arpillera rasgada y unos cuantos granos saliendo. Qué le parece?
-La idea es buena señor, pero el producto tampoco contiene cereales.
-Y eso que?
-Que estaríamos frente al mismo caso que con la manzanas, señor.
-Comprendo, pero Dios mío que podemos hacer entonces?!
-Podríamos colocar algún componente que sí esté en el producto, señor.
-Y que contiene este producto?
-Nada muy atractivo, ni nutritivo y menos alimenticio; nada como para ser considerado señor.
-Y que tal si le colocamos unas partículas de manzanas y alguna que otra miga de algún cereal al producto? Una cantidad imperceptible para nuestros bolsillos.
-Brillante señor!

Unos meses más tarde, a la salida de un kiosco.

-No me notas mejor? Manzana – cerealMAX realmente funciona!

martes, 29 de julio de 2008

Le sonó el celular.
Se levantó algo incómodo, estaba justo en el medio de la fila.
Se fue a hablar afuera; hace cuarenta minutos.
Ella quedó sola en la fila nueve.
A lo mejor es algo importante, del trabajo.
La película es interesante pero ella pierde el hilo.
Se llevó el saco, es que afuera hace frío.
Intenta no darse vuelta seguido, para no quedar desesperada. Le parece escuchar a alguien bajando los escalones, pero no. Ahora esta segura de que alguien baja, sí, una mujer que vuelve del baño.
En la pantalla el protagonista ya se casó, tuvo hijos y se tuvo que ir a la guerra. Lo dieron por muerto, pero es una de esas películas en las que en cualquier momento el soldado toca la puerta de la casa perfecta, con jardín, reja blanca y golden retriver durmiendo en los escalones de la entrada.
Ella reza para adentro para que vuelva su cita antes que el actor, porque en cuanto el héroe aparezca la película termina y ella se niega a declararse plantada de esa forma.
No es que nunca le haya pasado, pero una cosa es un plantazo tradicional y otra muy distinta es haber charlado en la fila de las entradas, haber tomado un cafecito antes de la película y haber pensando en el baño si van a vivir juntos en una casa por Martínez o en un departamento por el centro.
Y pasó: volvió; estado de shock, lagrimas, beso apasionado. Fin de la película.

jueves, 10 de julio de 2008

GATO

El jueves fue la reunión de consorcio.
La decisión estaba tomada: se prohíben las mascotas en el edificio.
Un alivio, antes no se podía proponer porque era un ataque directo al matrimonio Ruiz.
Como quince años vivió ese perro.
Ahora que pasó a mejor vida el único animal del edificio, podemos establecer la regla.
La vieja del primero estuvo de acuerdo, el matrimonio joven del segundo también, los Ruiz no estaban listos para comprar perro nuevo así que dijeron que sí, Pablo del quinto fue el que lo propuso junto con el encargado; Alba la del sexto no abrió la boca.
Es para el bien de todos, basta de ruidos molestos, además es una crueldad tenerlos en un departamento tan chico.
El domingo de esa semana Alba se encontró un gato.
No lo dudo.
Y ahí esta, tirado en el sillón de uno de los ambientes del sexto.
Y la vieja del primero estornuda: es alergia.
Alba baja al almacén a comprarle comida especial, con cuidado, si la ven se avivan.
Se encuentra con los Ruiz en el mostrador, está a punto de entrar en pánico.
Qué lleva y ella con la mente en blanco.
Una lata de atún.
Y vuelve en el ascensor con el ego alto, es que estuvo muy inteligente.
Abre la lata y lo llama, lo busca, no está; pero lo escucha.
Es que está cerca, ahí, parado en la baranda del balcón.
Del balcón de Pablo.
A Alba no le queda más remedio que ir y tocarle el timbre a su vecino.
El del quinto; el que se hace el que no te ve y no te espera en el ascensor. El desagradable de Pablo, el fascista que impuso esta ley.
Pablo le abre en toalla.
Y le tiene que explicar.
Primero de mal modo y después bajando el tono porque en definitiva la poco ética es ella. Él otro abre la puerta en paños menores y la desubicada, la delincuente es Alba.
Quedó muy claro que no se permiten mascotas.
Ella lo sabe.
No tengo más remedio.
Y otra reunión de consorcio, dos en cuatro días, una dosis de ver vecinos mayor a lo que casi cualquiera puede soportar.
Pablo plantea el problema y a Alba le da bronca porque habla como si hubiese matado a alguien.
Le gusta, se cree el papel de abogado defensor del pueblo.
La primera en reaccionar es la vieja.
Que tiene alergia hace días y esta segura que es por el bicho, que se puede morir y otra sarta de estupideces propias de una mujer vieja y psicosomática.
Todos están de acuerdo en una cosa, Alba es casi una criminal, pero el gato no puede quedar en la calle.
Quedátelo hasta que le encontremos otro lugar.
Todos proponen llamar a cuanta sobrina, amigo, nieto tengan.
Lunes, Alba sale temprano y vuelve tardísimo del trabajo.
Sube por la escalera, es que se cortó la luz.
Llega agitada y para su horror, tirado en el palie, el gato.
Dormido no puede estar, esta duro como una piedra.
Y ya van tres en cinco días.
Todos reunidos en el hall de abajo.
El veterinario me dijo que le dieron veneno para cucarachas.
A lo mejor fue una casualidad desafortunada.
No, imposible. Se tragó más de una caja de pastillas.
Estamos frente a un caso en que todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario.
Pablo tira sus frases de abogado barato en cualquier situación posible.
Preocupación general y una alegría interna.
La feliz es Alba que sabe que el papel de victima es mucho más agradable que el de acusada y esa satisfacción bien la vale un gato.

jueves, 3 de julio de 2008

En cuanto puso el pie en la alfombra se dio cuenta, pero bueno, no había nada que hacer.
Se levantó y fue a la cocina.
Puso agua a hervir y se hizo un té.
Sonó el teléfono.
Te llamo para que no vengas; es que bueno, mirá, pasó algo.
Una mala noticia, como tarda alguna gente en dar malas noticias.
No sé como decirte, estas cosas pasan, es que no somos nada; y así hasta por fin decirle que la señora Blanca había muerto.
Un ataque al corazón o algo de la cabeza no llegó a entender.
Noventa y cuatro tenía la señora. Y ella la cuidaba desde los ochenta y ocho.
Habrá sido por lo de hoy? No creo.
Leyó el diario despacio, con tiempo, total no tenía mucho que hacer.
O en realidad debería preocuparse porque ya no tenía trabajo.
Y eso? habrá sido por lo de hoy? Puede ser.
Leyó los clasificados y marcó un par, solo por marcar.
Llamó a su mamá pero no le contó lo de la señora. Lo que pasa es que sus papás se separaron hace como siete años y su mamá se volvió a casar con un tipo viejo y a ella, por ridículo que suene, le da cosa hablar de viejos que se mueren con su mamá; le parece que cada vez que alguien aclara y bueno es que era viejo, su mamá piensa en su marido.
Volvieron a llamar de lo de la señora Blanca.
Parece que no, que no murió. El médico que fue a atenderla dijo que sí, pero ahora parece que no.
Que poco profesional es la gente a veces.
Venite mañana igual, hoy no hace falta.
Tengo trabajo entonces, lo de hoy no fue nada.
Se dio un baño rápido y se secó el pelo.
Puso el noticiero y buscó la revista para ver si daban alguna película.
Otra vez el teléfono.
Disculpa que te moleste, que terrible, como explicarte.
Evidente, otra mala noticia.
Parece que la señora no se había muerto al principio, pero como creyeron que sí, la descuidaron un poco, habrá tomado frío o se habrá golpeado algo, y bueno en pocas palabras ahora sí que se murió.
Cortó el teléfono y estaba segura.
Casi perder el trabajo y no pero al final si, pueden ser casualidades; pero las dos muertes de la señora Blanca fueron sin lugar a dudas culpa de despertar con el pie izquierdo.

jueves, 26 de junio de 2008

bom ba

Un balde de agua fría.
El padre en la cabecera, la madre todavía en la cocina, el hermano y el primo atacando las milanesas.
Ahí nomás largó la bomba.
La fuente se hace pedazos contra los azulejos.
El primo huye con la excusa de ayudar a la tía que a lo mejor se desmayó.
Silencio, no vuela una mosca.
El hermano tentado.
Siempre le pasa lo mismo.
Entierro de la abuela, pisaron al perro, el tío se divorcia y el tentado.
Las tragedias le dan risa, y no hay nada que hacer.
Y esta era una tragedia de esas que los vecinos disfrutan. Un chisme de los buenos.
La nena, la abanderada, siempre por favor y gracias, tan cariñosa, tan educada.
El rumor es de buena fuente; la vieron en la farmacia.
¡Como debe estar la madre!
Gritando en la cocina estaba, a cuatro vientos, entre pedazos de vidrio y puré de papas.
A tu edad yo jugaba con muñecas.
Era mentira, pero no importaba.
Te vas a casar con el padre de esa criatura, ¿me escuchaste?
La parte de casarse era verdad, ahora, lo de dar con el padre de la criatura sería una casualidad; una en cuarenta y seis para ser exactos.

martes, 24 de junio de 2008

c o m p a ñ e r o s

Es un Palio azul.
Él se afloja el nudo de la corbata y ella se sacaría los zapatos pero no, no le parece.
La cena estuvo bien, normal. Todos los años es parecido. El jefe es el último en llegar y el primero en irse, la comida es aceptable y el vino es barato.
Llegar sin pareja esta mal visto.
Es que la empresa tiene una imagen familiar y no queda bien que los empleados sean solteros tristes (porque para algunas personas es inconcebible pensar que uno puede ser solo y feliz).
Subieron al palio y agarraron Corrientes.
Habían agotado los temas de conversación a la ida así que cada uno miraba para su lado.
Parece que va a llover.
Ella revisó la cartera para ver si tenía el celular, y sí, lo tenía; tal vez hubiese sido tema de conversación haberlo perdido, pero no, estaba ahí.
A él en cambio, le preocupaba más la situación en la puerta de ella, subir no quería pero dejarla mal parada diciéndole que no, tampoco.
Si agarrás por Sucre te evitás los semáforos.
Trabajan en la misma empresa, en el mismo piso.
Se llevan bien, hasta ahí.
En realidad creían llevarse más, pero no, tienen una relación de oficina.
Y en el silencio del Palio es evidente, cuando no hay fotocopias o café de por medio, no hay de que hablar.
Es obvio, me va a decir que suba.
Podrían haber ido con un amigo de toda la vida, pero a él le pareció más fácil ir con alguien del trabajo y a ella le resultó cómodo no tener que pensar a quien decirle que la acompañe.
Me va poner la excusa del cafecito, me va a mostrar su casa, va a querer algo más serio y la cosa se va a poner incómoda.
En la esquina un chico fuerza la puerta de un auto; y ahí hay un tema: la inseguridad, el país, como estamos; y llegan.
Ella se despide y se baja rápido.
Y él debería estar aliviado, pero es que ella ni lo dudo.

viernes, 20 de junio de 2008

buscad o

Vivo o muerto.
Es un detalle menor.
Las calles del pueblo fueron empapeladas. De frente, de perfil, del otro perfil; no hay forma de equivocarse; aunque no se quisiera, la imagen queda grabada en la mente de uno.
Hace ya dos martes que fue el último suceso.
La encontraron desarmada pobrecita.
Ramón no sale de su casa, es que le mataron a la preferida. Los del almacén quieren que vuelva, pero está difícil.
Todo cambió bastante, la gente ya no confía. Las puertas se cierran con llave y candado y las ventanas se enrejan.
Es que la cosa se puso brava.
Trece tenía pobre angelito; no se metía con nadie, era tímida, bien tímida.
Antes de ella fueron los perros. Aparecían muertos, algunos degollados.
Primero uno o dos, y así hasta despertarse un día y encontrar sacrificado a cuanto animal vivía en el pueblo.
Pobres bichos.
Pero no es lo mismo, lo de la nena es cosa seria.
No es que los perros no importen, pero no va uno a comparar.
Ese martes Ramón no la encontraba, la andaba buscando desde la mañana.
Y el que cuida las vías la vio. Tirada, chiquita.
No se podía entender. Y de ahí que lo buscan.
Parece que un testigo vio como la cortaba. No se sabe bien quien, por protección.
Y ya ese miércoles estaba todo empapelado. Y así sigue.
Y va a seguir.
La gente esta perdiendo la paciencia.
Y los carteles de venta abundan.
Todos se van para la ciudad, donde estas cosas no pasan.

jueves, 19 de junio de 2008

lasvie jas

Si era menos cuarto, era menos cuarto.
Ercilia no era de llegar tarde pero por alguna razón cuando se volvió vieja se volvió impuntual.
Marta fue impaciente toda la vida.
A las y cinco estaba ahí.
Un que tal rápido y tres cuadras de Marta muda, dientes apretados y boca fruncida.
Pasó una vidriera de zapatos divinos y se la aguantó, un vago durmiendo en la calle y se tragó el comentario, pero guardarse que descubrió un lugar nuevo de lanas le fue imposible así que decide ceder.
Son mucho más suaves y las chicas que atienden son regias.
Y con eso arranca por fin el programa semanal.
Hoy toca mercería, después una vueltita por Cabildo y el cafecito para el final.
Te digo que le cambias los botones y está, porque es gamuza de la buena viste, eso sí, si no lo buscas mañana se lo doy al muchacho.
El muchacho es Pablo, el hijo del portero. Poco le va a interesar el tapado marrón con corte de señora, pero de alguna forma hay que avivar a Ercilia que nunca pone la atención que Marta espera.
Si le muestra aros nuevos casi ni los mira, si le cuenta del divorcio de la que hace las manos en la peluquería no lo retiene y para peor, tiene la habilidad para sacar el aparato en el momento justo; cuando Marta quiere atención, Ercilia revuelve su cartera y lo saca: el telefonito ese; chiquito, lleno de botones y una luz que parpadea.
Y la atención se concentra toda en Ercilia y su aparatito; porque no solo quiere decir que el hijo tiene plata y la gasta en regalos para ella, sino también, y esto es lo que más la irrita a Marta, es una señal de que no esta vieja, o que no esta tan vieja.
Porque el teléfono lo manejo de maravillas; yo no soy ninguna boba.
Ante palabras como mensajes de texto y llamadas en espera Marta sonríe con dientes apretados.
Sacan número en la mercería.
Marta pide ochenta centímetros de elástico y un par de agujas número nueve. Ercilia muda.
Acordate de los botones para el saco.
Y se hace la tonta; Siempre se hace la tonta cuando le conviene.
Miran vidrieras por cabildo. Ercilia compra una camiseta blanca y Marta se la critica porque las de Morley de casa Félix son de mucho mejor calidad.
Esa se te va a arruinar antes de que llegue el frío.
Un par de galerías y una frenada en el puesto de flores.
Y por fin el merecido cafecito.
Lágrima para Marta y cortadito para Ercilia.
En jarrito para mi, y algo chico como para picar si puede ser.
Las novedades: se casa alguna nieta, se separa alguna hija, murió algún conocido.
Sara se compró un perro, y Marta también quiere uno. Ercilia ya tiene pero no es como el que se compró Sara o como el que quiere Marta, es uno gordo y petiso medio ciego y aunque ella diga lo contrario es evidente que no es de raza.
Pagan a medias, previa discusión dejame a mi, no estás loca; Propina mínima y muchos sobrecitos de edulcorante en las carteras.
Llegan a la esquina en donde se encuentran y despiden todos los jueves.
Beso, beso.
Cruzá despacito, tranquila que yo te miro.
Y Marta, solo tres años mayor, cruza con los dientes apretados.

jueves, 5 de junio de 2008

Artigas y Bogotá. La parrilla Abuelo Paco en pleno barrio de Flores cerró sus puertas para todo aquel que no estuviera en la lista.
La mejor vajilla y los manteles más blancos, los uniformes bien planchados para los mozos y flores, muchas margaritas y claveles.
Bety, la madre de la novia, no se puede quedar quieta; Acomoda las sillas, cuenta las copas, hace y deshace una corbata y hasta ordena los grisines de las canastas de pan. Se abanica con una servilleta y se pinta los labios rojos como su vestido, rojos como sus zapatos, rojos como sus rulos de peluquería. El marido, Mario, el de la corbata que se hace y se deshace descansa, no se mete , por las dudas.
Empiezan a llegar.
Primero la tía Coca, Jorge y Aurelio. Después Sandra, Mónica y un par de ex compañeros de la fábrica de Mario. Dos amigas de la cuadra, alguna que otra compañera del colegio de Natalia (la novia) y como una docena de amigos de la facultad de Claudio (el novio).
Empieza el murmullo: ese vestido lo usó para los quince de la nena; el mal gusto es hereditario; donde habrán metido a Darío, ese chico es impresentable; la novia a que hora llega; que no me sienten al lado de Coca; el rojo no la favorece.
Y cuando el espacio arreglado a modo de hall se atestó de invitados con frío y hambre llega Natalia. Una novia de treinti largos (cuarenta y tantos según dicen las malas lenguas), vestida de amarillo bien clarito porque de blanco no le daba (menos después del episodio vox populi con Raúl, el chico del mercadito). Una novia con guantes, corona y purpurina. Y con ella Claudio, un chico tímido, de traje marrón y zapatos negros.
Saludan en el hall para pasar después a las mesas.
Hora del brindis, pero no, hubo que esperar porque llega Susana.
Susana, Gonzalo y los chicos. Susana, la hermana de Natalia, la del medio, la que se había casado con un millonario.
Perdón no había lugar para estacionar, y bueno la 4x4 negra de vidrios polarizados no se deja en cualquier lado.
Y saludan y hasta que se ubican, una eternidad. Y todos que comentan lo divina de la nenita, Jazmín se llama, y lo alto del nene, Gonzalito como el padre.
Y ahora sí. Mario dice algo, nada memorable y Bety toma la palabra. Y habla y le encanta escucharse y se va por las ramas y Tía Coca, que esta vieja y usa eso como excusa, la calla y todos se ríen y retomar el discurso se vuelve imposible así que traigan la comida.
Llega el primer plato y Jazmín mira con asco como si nunca en la vida hubiese visto una ensalada rusa.
Mónica no come porque tiene mayonesa que engorda y la da la suya a Sandra con la esperanza de cambiar roles y de transformarla a ella en la prima gorda.
En la punta de la mesa las del colegio comentan lo culona que esta Natalia, es que el amarillo clarito no la favorece.
Comen la ensalada y después los ñoquis.
Y empieza la música. Al ritmo de la felicidad de Palito Ortega bailan las chicas y los hombres y las más viejas toman café y miran.
Afuera fuma Darío. Porque no da fumar adentro, porque no saben o se hacen los que no saben. Y además Aurelio, el hijo de Jorge, fue policía.
Se corta la música y llegan los postres. Pero antes, la torta. Tres pisos de biscochuelo de vainilla con mucho gusto a alcohol.
Las tiritas. Las solteras que se empujan y el anillo se lo lleva Sandra, y Mónica que la quiere matar.
Sigue el baile, y los de la facultad levantan al novio y lo tiran por el aire, y las del colegio intentan lo mismo con Natalia pero no sale.
La tía Coca, Jorge y Aurelio se van temprano, mucho antes se fue Susana y su familia.
A eso de las cinco: facturas. Algunos ni vuelta se dan para despedir a los novios, que se van porque en unas horas parten para la costa.
Pero antes el ramo, que le toca a una amiga de Bety, y Mónica piensa que se va a quedar soltera para toda la vida.
Y se van los de la fábrica, y después los amigos y las amigas.
Darío se va a la fiesta de un amigo.
Las primas se quedan hasta al final.
Bety se lleva las sobras.
Y Mario vuelve a su casa feliz porque hay ensalada rusa para rato.

domingo, 1 de junio de 2008

2 fin a l e s

PRIMERA PARTE
Se tenía que ir, y se tenía que ir rápido.
La situación en esa casa no daba para más.
Somos muchos y nos conocemos demasiado o nos conocemos mucho y nos queremos matar mucho más.
Gabriela se sentía ahogada.
Para empezar el día, su taza para tomar té con leche en manos de Matías.
Todas las benditas mañanas desde que el colorado se mudó a la casa tomó café, café solo, café negro y con sacarina en la taza, su taza para té con leche.
Y seguía.
Mauro y Karina. La irritaban tanto, despertaban en ella su peor fobia: encontrarse pensando como su madre. En cuanto se escuchaba decir esto no es un hotel Gabriela entraba en pánico.
Y peor.
Marlene, que desde que Fabio la había dejado a cargo, caminaba con aires de no sé que y se la pasaba tirada en bolas en el patio. Y desde ahí gritaba dando ordenes.
Y todo a ella, todo directo, sin escalas, todo, siempre todo a Gabriela. Que traeme soda, lava las medias, sacá la ropa, tocaron el timbre; que dejame de joder era lo único que Gabriela podía pensar. Pero no le quedaba otra, o al menos trataba de convencerse de que no le quedaba, porque las soluciones extremas son decisiones difíciles y Gabriela evitaba las cosas difíciles como nadie.
Pero un día no tuvo más remedio.
Incentivada en el desayuno por su taza de té con leche corrompida en sus narices y convencida del todo por el grito de anda a comprar más pan de la nudista del patio, subió a su habitación y sacó de abajo de su cama el baúl grande.
En el fondo no quería, o si quería pero la forma no le gustaba.
Con el envión del incentivo de sus compañeros abrió el candado y sacó las primeras cosas acelerada. Hizo una pila desprolija sobre la alfombra.
Cosa que salía del baúl, duda que entraba en la cabeza de Gabriela.
Quería irse y quería irse ahora. Y sí, esa frase funcionó como segundo incentivo.
Y así entre frenadas y enviones llegó a la caja de lata al fondo del baúl.

UN FINAL
La abrió entusiasmada (venía con fuerza, una frase en su cabeza había logrado dispersar la duda por unos instantes).
Y ahí estaban; entre collares, prendedores y algunos anillos se conformaba el tesoro de la abuela. Su abuela, la que la quería siempre, la que no le pegó nunca, la que la dejaba jugar y la que la había defendido toda la vida.
Y separó algunas cosas. Y devolvió otras que había separado porque no era justo; porque ese anillo a su abuela le encantaba y ese prendedor lo usaba siempre y la ponía contenta.
Pero después se convencía de que a lo mejor su abuela lo hubiese querido así. Así que separaba los anillos y los collares otra vez.
Y entre idas y vueltas se encontró caminando por la calle y casi sin darse cuenta ya estaba hecho.
Y listo.
Con esa plata se fue, se mudó y se compró un departamento.
Y debería ser feliz.

OTRO
La abrió entusiasmada (una frase en su cabeza había logrado convencerla del todo).
Y ahí estaba, la nueve milímetros que su abuelo le había dado cuando se vino de San Nicolás para la capital; la gente de la ciudad es rara y uno nunca sabe, hay cosas que son inevitables le había dicho el viejo o tal vez lo de hay cosas que son inevitables lo había agregado ella.
Tomó a su nueva aliada con fuerza y bajó a toda velocidad.
Primer objetivo el contaminador de tazas ajenas. Lo encontró, para su deleite, con las manos en la masa.
Debería dudarlo, pero no, no tuvo la menor duda.
Y pasó a mejor vida el colorado.
Ni por el ruido se inmutó la pareja de inútiles.
Tirados en la cama a las tres de la tarde, es como si les hiciera un favor. Primero él y después ella.
Y lo mejor para el final.
Salió al patio, ahí estaba: la degenerada.
Y como buena dictadora la miró a la cara y le dijo dejá eso. Y más ganas le dieron y menos remordimiento tuvo (en realidad no sintió culpa ni ahí ni nunca).
Y listo la gorda estaba muerta.
Y Gabriela debería tener miedo, pero no.

jueves, 22 de mayo de 2008

Como en casa, o eso pretendía que uno sintiera el bed and breakfast de entrada elegante y habitaciones modestas de la calle Azcuénaga.
Mal no le iba: las habitaciones que daban al pulmón de manzana siempre estaban ocupadas por turistas o por alguna parejita local deseosa de reavivar el amor. Las que daban al frente estaban casi siempre vacías, pero no importaba, con las de atrás alcanzaba para mantener el lugar y para vivir bien.
El fin de semana largo de junio fue un éxito.
En el cuarto azul una pareja de alemanes de mediana edad, en el de al lado, el amarillo, dos francesas y en el de la punta un matrimonio de unos treinta.
No solo eso, dos de los cuartos que daban al frente estaban ocupados. Un gordo yankee en una y una chica joven con una nena chiquita en la otra. Record.
El domingo temprano: desayuno.
Listo, mesa larga, tostadas, pancitos y jugos de todos los colores; Listo, manteles, sillas enfundadas y flores en los centros de mesa; Listo, todo listo, pero no, pánico.
Donde esta, donde lo pusieron, quien lo movió, imposible, me desmayo, me voy, no, me caigo, creo que me voy a morir.
El jarrón de plata, ese que vino con la abuela de la abuela de una de las viejas que maneja el bed and breakfast desapareció.
Se esfumó, ya no está, ya no hay rastros.
Caos en el salón del desayuno. Vieja que se descompone, otra que grita, empleadas que no saben para donde disparar y se chocan entre ellas, sobrino nieto de la vieja casi desmayada que se ríe, vieja que gritaba que lo acusa de borracho, pareja de alemanes desconcertados al pie de la escalera, francesas, madre e hija y matrimonio porteño pegados contra la pared y gordo yankee comiendo pancitos a toda velocidad.
Hay que tranquilizarse porque así no se soluciona nada; revisamos a todos, nadie se va si el jarrón no aparece.
Dicho y hecho: huéspedes en fila. Una vieja les abre las valijas sin pudor mientras la otra pide disculpas.
Nada, no hay nada.
No se pudo haber ido caminando sólo. Acá hay un vivo.
El jarrón pasó a segundo plano, ahora se busca un culpable. Y cuando hay que buscar un culpable y no hay pistas pero la sed de acusación es grande, que mejor que él, el evidente, el seguramente fuiste vos, no, no hay duda de que fuiste vos; el sobrino nieto de la vieja desmayada, nieta de la nieta de la que trajo ese jarrón de vaya uno a saber donde. El sobrino nieto que si hace dos minutos fue acusado de borracho, ahora es señalado como el vago inútil. Y redoblamos la apuesta, y la vieja que gritaba lo acusa de drogadicto.
Y listo.
Ya no hay duda, fue el sobrino nieto. El borracho, vago inútil, drogadicto, sobrino nieto de la dueña del jarrón.
Y los huéspedes se pueden retirar en paz. Y la dueña del jarrón se olvida del jarrón porque ahora tiene para decirle a su hermana que su nieto es un desastre y eso la deleita mucho más que cualquier adorno, por lindo, caro o antiguo que sea.
Y la vieja que gritaba es la más satisfecha de todos, nadie sospecharía de la justiciera, aunque solo sea, en realidad, una detectora de perejiles.

viernes, 16 de mayo de 2008

gr ata ignoran cia

Beltrán tenía siete, y aunque él se pensaba una persona responsable su mamá no estaba lista para dejarlo solo en casa. Por eso, cada vez que tenía que ir a algún lado y no era horario de colegio o era fin de semana, llamaba a la señora Fani, la vecina de la vuelta que era una especie de abuela de Beltrán pero sin ser ni la mamá se su mamá ni la mamá de su papá.
Fani era bastante grande, casi vieja se podría decir. De estatura media y caderas anchas, siempre de vestido y maquillada como una puerta. Olía a perfume de señora coqueta y caminaba sin dificultad subida a unos tacos altísimos. Fumaba cigarrillos de los blancos finitos y, no se sabe bien, pero parece que usaba peluca.
En cuanto la mamá de Beltrán llamaba, la mujer aparecía. Era como si no tuviese otra cosa que hacer o como si hacer de niñera de improvisto fuese su prioridad absoluta.
Desde que se escuchaba el ruidito de los tacos contra la vereda hasta que la mamá de Beltrán volvía, siempre pasaba lo mismo:
Llegaba y casi inmediatamente se instalaba en el teléfono de la cocina, el pegado contra la pared. Hablaba bajo y se tapaba la boca con la mano, como si a Beltrán fuera a importarle lo que una señora grande tenía para decir (menos le iba a importar si estaba viendo a los Power luchar contra los malos o al dinosaurio violeta cantar en inglés en el canal de dibujitos; aprovechaba, porque su mamá no lo dejaba ver mucha tele pero a la niñera no le molestaba nada).
Después de una media hora de llamados y como un cenicero y medio lleno de colillas manchadas de rouge, llegaban los amigos de Fani.
En realidad venían de a uno. Se ve que querían ver la casa, porque Fani siempre los llevaba hasta el fondo. Era raro porque no estaba en venta.
Beltrán prefería aprovechar para ver la tele y no meterse con los asuntos de la señora y sus amigos; lo que si pensaba, y lo pensaba siempre, es que mostrarles la casa a todos esos hombres de una sola vez sería mucho menos trabajo, pero evidentemente Fani no pensaba lo mismo.

jueves, 8 de mayo de 2008

el V i e jo

Se sentó en el sillón de la entrada. Paraguas en mano y caja de herramientas en la otra, esperaba que el taxi lo viniera a buscar.
Miró su reloj seis veces y bostezó otras cuatro. Contempló el cuadro a su derecha poniendo especial atención en el detalle de las cintas amarillas del grupo de niñas vestidas de uniforme paradas en el fondo de la escena.
El mayordomo salió apurado de la cocina con una bandeja. Tropezó con el paraguas del señor que esperaba en el sillón y cayó al suelo.
El vaso de Whisky se hizo añicos, la caja de metal, que alguna vez había sido de caramelos ácidos y funcionaba como pastillero, se había abierto de par en par dejando escapar las treinta y un pastillas de colores por el hall de entrada.
El señor que esperaba se inclinó en el piso dejando ver su ropa interior de rayas rojas y azules y recogió las pastillas que estaban a su alcance. Tomó cuatro de las grandes y siete de las capsulas, esas que suelen ser de dos colores pero en este caso eran blancas.
Por la puerta corrediza que da al comedor apareció Matilde. Cuando vio el vaso puso el grito en el cielo. Acto seguido tomó un plumero pequeño del cuarto cajón de la cómoda junto al sillón de la entrada, no del lado del cuadro de las colegialas sino del otro, y se puso a plumerear los escalones, los primeros tres, en donde las partículas de vidrio del vaso habían llegado.
Después de la escena, que vi asomado de entre las barandas, volví a mi habitación que tengo hace dos meses; la anterior, al fondo de este pasillo justo frente al baño de azulejos verde agua, me había cansado. Dormí en ella más de dos tercios de mi vida, y la cama al ser de dos plazas me resultaba fría. Además la ventana da a Montevideo y el ciento dos que pasa cada veinte minutos puede ser muy molesto de noche.
Como le decía doctor, regresé a mi habitación después del espectáculo.
Eran las cuatro y treinta siete de la tarde cuando finalmente me di cuenta que tengo un grave problema.
No retener el nombre del plomero es una cosa, pero olvidar el del mayordomo es, sin lugar a duda, una señal de que mi memoria esta fallando.

viernes, 2 de mayo de 2008

1 0a ñ o sa n t e s

El sol brillaba alto en el cielo de Lanús oeste, pero ella seguía en la cama.
Hacía horas que miraba su habitación acostada. Los anaqueles repletos de muñecas, la ventana doble que daban al jardín y el empapelado de gardenias que alguien le había traído alguna vez desde Francia.
Al mismo tiempo pero abajo, en la cocina, las empleadas no daban abasto. Una lustraba cubiertos de plata, otra preparaba cientos de servilletas blancas, dos armaban masitas y una quinta cubría de glaseado una torta de unos cincuenta centímetros de largo y de cómo tres pisos.
Afuera dos hombres se ocupaban del jardín de atrás. Cortaban el césped, los arbustos y barrían la galería. Además dos señoras mayores armaban arreglos florales para afuera y para adentro, y uno bien grande para la entrada principal.
Arriba la niña seguía acostada, esperando a que él volviera, porque si él no estaba ningún cumpleaños valía la pena.
A eso de las once y media llamaron a la puerta.
La empleada que ya casi no tenía cubiertos por lustrar atendió a dos hombres que, luego de dar ciertas explicaciones, esperaron en la sala de estar.
Cerca del mediodía la niña escuchó eso que tanto anhelaba. Ya desde lejos reconocía el motor del Taunus, el sonido específico que hacía al doblar en la esquina y como rechinaba la puerta cuando se abría y se cerraba en el garaje de su casa.
Saltó de la cama y así como estaba, en camisón, bajó lo más rápido que pudo.
Cuando llegó al pie de la escalera contempló con horror la imagen que, diez años después, la llevaría a cometer el acto más aberrante de su vida.
Los hombres que esperaban en la sala de estar tomaron a su padre de los brazos, le colocaron esposas y sin más se lo llevaron.
Y ahí, al pie de la escalera de la casa de Lanús Oeste, en donde una niña había sido feliz, Emma Zunz conoció la desdicha de crecer de golpe.

viernes, 25 de abril de 2008

ca m p a n as

Pueblo chico infierno grande, eso dicen, y Santa Laura no era la excepción.
Algo más de quinientos habitantes, un hospital, una escuela y una iglesia en la parte alta. Un sacerdote, el padre Antonio, que había venido de visita hacía treinta años y todavía vivía allí. No era para menos, la vida en el pueblo para el cura era de lo más conveniente: sin horarios ni exigencias, a su gusto hacía sonar las campanas y así el pueblo sabía que estaba con ganas de celebrar la misa. Gente muy devota que apreciaba al padre Antonio como a ningún otro habitante.
Unas semanas antes de navidad, empezó a difundirse un rumor por el pueblo. Comenzó en la zona menos habitada, la de las casas separadas allá por el campo, en pocos días llegó a los barrios linderos y así, de boca en boca, llegó a la iglesia del padre Antonio.
Había un niño santo entre los habitantes de Santa Laura, un elegido, una criatura mágica. Vivía en el campo, en una casa muy humilde de barro y chapa. Era el más pequeño de ocho hermanos; hijo de una lavandera y un herrero.
Según decían su primer milagro había sucedido el día de su cumpleaños, parece que una de sus hermanas estaba al borde de la muerte (una versión decía que se había ahogado en la laguna a pocos kilómetros de Santa Laura y la otra versión que se había prendido fuego el pecho cuando jugaba cerca de la chancha de gas). De cualquier forma, según decían, el niño mágico la tocó con su manito chiquita de niño de menos de cinco años, y la curó. La dejó como si nada.
No hizo falta mucho más que eso para que el pueblo entero hiciera cola frente a la puerta de la humilde casa del herrero y la lavandera, esperando ser sanados.
El padre Antonio entendió enseguida que el supuesto acontecimiento no era más que una coincidencia. El pobre chico estaba asustado no podía comprender que sucedía y menos aún curar de sus males a un pueblo expectante que aclamaba por una niño fantástico.
El cura intentó interponerse. Imposible, ya no era el más escuchado del pueblo; ahora todos querían ver al niño, ese que podía curar el mal de ojo, el dolor de espalda y hasta enfermedades de las graves.
El padre Antonio no tuvo más remedio que volver por donde vino.
Cada vez menos asistían a su llamado, hasta que en navidad fue definitivo, nadie se presentó a la misa.
El padre Antonio cerró las puertas de la iglesia; y Santa Laura se quedó sin el sonido de las campanas.

viernes, 18 de abril de 2008

démocra t i e

En el piso de la cocina del departamento de Luís esperaba ser descubierto un sobre marrón. Estaba ahí hacía como cuatro horas, desde que el portero amablemente subió la correspondencia que Luís nunca bajaba a buscar.
El sobre contenía una encuesta y una carta, ambas firmadas por el gobierno. La carta decía que, aunque uno no quisiera, había que completar todas las preguntas de la encuesta (lo decía de una manera muy educada y formal pero decía eso).
Luís descubrió el sobre, lo abrió, leyó la carta y se acomodó en la mesa del comedor diario para contestar la encuesta.
Las primeras preguntas eran las típicas: nombre, apellido, dirección. La segunda parte se ponía más detallista: nombre del padre, de la madre, grupo sanguíneo. La pregunta del final era bastante rara: Es usted feliz? Y a continuación dos opciones: feliz o infeliz.
Sin pensarlo demasiado Luís marcó una opción y, siguiendo con las instrucciones que se explicaban por alguna parte de la carta, metió la encuesta completa en una carpeta y la mandó a la dirección que se indicaba en el reverso del sobre marrón que el portero había subido a su casa esa mañana.
Un par de meses más tarde el gobierno dio a conocer públicamente las conclusiones. Diarios, noticieros y radios de todo el país daban la noticia: el 74% de los argentinos dice ser feliz.
A Luís no pareció importarle ser parte del 26% restante hasta escuchar la segunda parte de la noticia: la gente es mucho más feliz rodeada de gente feliz así que, por el bien de la mayoría, habrá que deshacerse de los infelices.

sábado, 12 de abril de 2008

La cuadra del pueblo en donde estaba la casa era la cuadra más tranquila de todas. La calle de tierra, las medianeras bajas, los perros atados. La casa estaba en la esquina y la seguían otras cinco casas casi iguales a ésta, solo que más prolijas, con jardines mejor arreglados y con cortinas mucho más limpias.
La casa de la esquina estaba bastante dejada, no al punto de parecer deshabitada pero si tanto como para darse cuenta y como para que los vecinos comentaran lo fea que estaba la casa de la esquina.
La gente que vivía en la casa no salía casi nunca. En realidad solo salía uno, Augusto, un hombre alto, tranquilo, bastante reservado. Augusto salía para hacer compras, para arreglar (muy de vez en cuando) el jardín o, en caso de que algún vecino tocara el timbre, siempre atendía Augusto.
Augusto, además, también se encargaba de todo dentro de la casa. Vivía con sus dos hermanos: Imelda varios años mayor que él y Damián, el menor, el protegido de Augusto. Los tres habían quedado huérfanos hacía años y casi sin darse cuenta se pasaban la vida metidos en la casa de la esquina.
Los días eran muy rutinarios para todos. Augusto se levantaba a las seis en punto. Preparaba el desayuno, ordenaba la sala de estar y el comedor, levantaba a sus hermanos y como hasta las dos de la tarde se la pasaban los tres tirados en el cuarto de Damián riendo y recordando historias viejas, algunas reales y otras inventadas. A eso de las dos y media Augusto preparaba el almuerzo en la mesa para él y para Damián, y una bandeja que armaba religiosamente todos los días para Imelda.
El resto del día se le iba en arreglos dentro de la casa mientras que sus hermanos se pasaban horas tendidos en sus camas, siempre llamándolo, distrayéndolo de sus tareas, siempre buscando su atención.
Pasadas las diez de la noche preparaba dos bandejas, no solo Imelda disfrutaba de comer en la cama, Damián se negaba a levantarse para cenar.
Augusto era feliz.
Todos los días eran exactamente iguales. Los mismos horarios, las mismas actividades, la exacta misma rutina que Augusto seguía hace más de una década. Todos los días eran iguales, todos menos ese día, ese día en que todo fue diferente. Todo fue diferente y horrible. Todo fue horrible y todo cambió para siempre.
Augusto se levantó a las seis, hizo el desayuno y ordenó la sala de estar y el comedor. Se dirigió al cuarto de Imelda para despertarla, pero ella no estaba en su cama. Extrañado buscó a Damián, peor tampoco estaba allí.
Inmediatamente sintió pánico. Corrió hacia la puerta y no se detuvo, cruzó el jardín y parado en la esquina, justo en la intersección de la calle Moldes y el pasaje Aurora, gritó.
La gente no tardó en aparecer, los curiosos primero, los preocupados después y hasta los más miedosos más tarde. Toda la cuadra y alrededores estaba en la esquina.
Augusto contó entre sollozos que le faltaban sus hermanos, que Imelda había desaparecido, que Damián no estaba en su cuarto.
El malón de gente enfiló hacia la casa de la esquina.
Ahí les esperaba lo peor, en realidad a Augusto le esperaba lo peor. Todo iba a cambiar para siempre.
La casa era un desastre, un olor putrefacto impregnado en las paredes hizo retroceder a unas cuantas personas nauseabundas. Pilas de diarios, pilas de platos, Augusto no podía comprender, si tan solo antes de ayer había hecho la limpieza general y una de las más profundas, hasta Imelda había ayudado.
La gente siguió avanzando por la casa. Las habitaciones estaban atestadas de bandejas, todas con platos llenos de comida (la mayoría en un estado de descomposición tal que era imposible adivinar de que se había tratado).
No había ningún indicio de que alguien más habitara la casa. No había ropa, ni objetos personales de ningún tipo. Un solo cepillo de dientes en el baño, una sola silla en el comedor, todo indicaba que Augusto estaba solo.
La gente comenzó a indagarlo y justo allí fue donde todo cambió. Las miradas, el tono de voz. ¿Acaso esta gente creía que Augusto estaba loco?
Lo tomaron de las manos y los pies y, contra su voluntad, lo llevaron al hospital del pueblo.
El cambio allí fue drástico. Diagnóstico realizado sellado y confirmado por los tres especialistas más especialistas de los alrededores.
Imelda y Damián son solo producto de su imaginación, algo así le dijeron.
Imposible, como?, como sucedió?
Augusto sufrió en silencio varias semanas o meses o años no sabía, la medicación era tan fuerte que casi no lo dejaba pensar en nada.
Solo extrañaba, y mucho, a Imelda y a su protegido, Damián.
Está deprimido, le dijeron.
Y lo medicaban y no lo dejaban salir; ni siquiera asomarse a la ventana que él sabía estaba en el pasillo al que daba la puerta del pequeño cuarto en donde se pasaba las semanas o meses o años, no sabía.
Hasta que un día todo cambió otra vez. Augusto se dio cuenta que los doctores se equivocaban. Sus hermanos no habían desaparecido o al menos la medicación no había podido con ellos. Y allí estaban, en el cuartito de Augusto. Y habían venido para quedarse, decían. Y los tres juntos hablaban y se reían y se ponían al día. Y jugaban a juegos, y se burlaban de los doctores y a veces, solo a veces, se peleaban y se gritaban pero así y todo se quedaron juntos Augusto, Imelda y Damián por semanas y meses y años.

miércoles, 26 de marzo de 2008

miércoles, 12 de marzo de 2008

jueves, 6 de marzo de 2008

lunes, 25 de febrero de 2008