miércoles, 17 de octubre de 2007

H a w a i

Se levanta temprano sin tiempo para desayunar. Elige una camisa y le hace un nudo inglés a su única corbata. Baja las escaleras de dos en dos como lo hizo siempre, inconcientemente, desde que aprendió a subir y bajar escaleras en su casa de la infancia, esa que tenía dos pisos y quedaba en Bahía Blanca en la calle Alsina.
Camina apurado con pasos largos; dobla en la esquina de Las Heras y Austria y, otra vez, de dos en dos, sube las escaleras del supermercado Hawai justo en esa esquina.
Pasea por las góndolas; dobla en la primera, después en la segunda y ahí nomás se planta. Saca una cámara de fotos del bolso verde que tiene hace como siete años, desde su cumpleaños de dieciocho en el que esperaba un auto o su primer viaje (en realidad había viajado varias veces a Buenos Aires desde Bahía, pero eso no contaba) pero en vez de eso recibió un bolso, un bolso verde de esos que la gente usa cruzado pero él siempre lo lleva en un hombro, esos bolsos de los más comunes que se compran en cualquier negocio de bolsos; y no tuvo más remedio que aceptarlo como regalo de dieciocho y de sonreir porque si no sonrie con los regalos de cumpleaños (en especial en un cumpleaños tan importante como lo es el de dieciocho) su mamá se enoja, y cuando ella se enoja siempre se pudre todo. Y ahí nomás en la intersección de la góndola de los lácteos y la de las latas dispara su cámara de fotos unas cuantas veces, como seis, todas apuntando al mismo lugar, a la caja numero tres, a la caja del medio, más precisamente la caja de la chica de los rulos lindos. La que usa pulseras de plástico, la que lleva la remera del supermercado Hawai con el cuellito para arriba, la que no sabe que él le saca fotos; no quiere molestarla lo que pasa es que a él le gusta sacarle fotos a las cosas lindas y, desde que vino a vivir a Buenos Aires, la chica de los rulos es lo más lindo que encontró.
Después de las tomas guarda su cámara en el bolso verde y corre a su casa a dejar la corbata y a cambiarse la camisa por una remera más tranquila como para ir a la facultad. Lo que sí, deja su cámara en el bolso verde a ver si en el camino encuentra algo digno de ser retratado, aunque sabe, y con certeza, que lo mejor de lo mejor esta a la vuelta de su casa de Buenos Aires, en la esquina de Las Heras y Austria, en la caja del medio, la número tres, la del supermercado Hawai.

miércoles, 3 de octubre de 2007

lunes, 1 de octubre de 2007

S e l v a (Parte 1)

Abre los ojos.
Permanece inmóvil como una estatua.
Su mirada fija en el cielo raso un tanto afectado por los años.
Su mente en blanco, su cuerpo tieso.
El calor de la mañana intensifica el olor a encierro de la habitación.
Selva parece no notarlo; Se queda quieta, como muerta, en su viejo colchón de pluma.