jueves, 26 de junio de 2008

bom ba

Un balde de agua fría.
El padre en la cabecera, la madre todavía en la cocina, el hermano y el primo atacando las milanesas.
Ahí nomás largó la bomba.
La fuente se hace pedazos contra los azulejos.
El primo huye con la excusa de ayudar a la tía que a lo mejor se desmayó.
Silencio, no vuela una mosca.
El hermano tentado.
Siempre le pasa lo mismo.
Entierro de la abuela, pisaron al perro, el tío se divorcia y el tentado.
Las tragedias le dan risa, y no hay nada que hacer.
Y esta era una tragedia de esas que los vecinos disfrutan. Un chisme de los buenos.
La nena, la abanderada, siempre por favor y gracias, tan cariñosa, tan educada.
El rumor es de buena fuente; la vieron en la farmacia.
¡Como debe estar la madre!
Gritando en la cocina estaba, a cuatro vientos, entre pedazos de vidrio y puré de papas.
A tu edad yo jugaba con muñecas.
Era mentira, pero no importaba.
Te vas a casar con el padre de esa criatura, ¿me escuchaste?
La parte de casarse era verdad, ahora, lo de dar con el padre de la criatura sería una casualidad; una en cuarenta y seis para ser exactos.

martes, 24 de junio de 2008

c o m p a ñ e r o s

Es un Palio azul.
Él se afloja el nudo de la corbata y ella se sacaría los zapatos pero no, no le parece.
La cena estuvo bien, normal. Todos los años es parecido. El jefe es el último en llegar y el primero en irse, la comida es aceptable y el vino es barato.
Llegar sin pareja esta mal visto.
Es que la empresa tiene una imagen familiar y no queda bien que los empleados sean solteros tristes (porque para algunas personas es inconcebible pensar que uno puede ser solo y feliz).
Subieron al palio y agarraron Corrientes.
Habían agotado los temas de conversación a la ida así que cada uno miraba para su lado.
Parece que va a llover.
Ella revisó la cartera para ver si tenía el celular, y sí, lo tenía; tal vez hubiese sido tema de conversación haberlo perdido, pero no, estaba ahí.
A él en cambio, le preocupaba más la situación en la puerta de ella, subir no quería pero dejarla mal parada diciéndole que no, tampoco.
Si agarrás por Sucre te evitás los semáforos.
Trabajan en la misma empresa, en el mismo piso.
Se llevan bien, hasta ahí.
En realidad creían llevarse más, pero no, tienen una relación de oficina.
Y en el silencio del Palio es evidente, cuando no hay fotocopias o café de por medio, no hay de que hablar.
Es obvio, me va a decir que suba.
Podrían haber ido con un amigo de toda la vida, pero a él le pareció más fácil ir con alguien del trabajo y a ella le resultó cómodo no tener que pensar a quien decirle que la acompañe.
Me va poner la excusa del cafecito, me va a mostrar su casa, va a querer algo más serio y la cosa se va a poner incómoda.
En la esquina un chico fuerza la puerta de un auto; y ahí hay un tema: la inseguridad, el país, como estamos; y llegan.
Ella se despide y se baja rápido.
Y él debería estar aliviado, pero es que ella ni lo dudo.

viernes, 20 de junio de 2008

buscad o

Vivo o muerto.
Es un detalle menor.
Las calles del pueblo fueron empapeladas. De frente, de perfil, del otro perfil; no hay forma de equivocarse; aunque no se quisiera, la imagen queda grabada en la mente de uno.
Hace ya dos martes que fue el último suceso.
La encontraron desarmada pobrecita.
Ramón no sale de su casa, es que le mataron a la preferida. Los del almacén quieren que vuelva, pero está difícil.
Todo cambió bastante, la gente ya no confía. Las puertas se cierran con llave y candado y las ventanas se enrejan.
Es que la cosa se puso brava.
Trece tenía pobre angelito; no se metía con nadie, era tímida, bien tímida.
Antes de ella fueron los perros. Aparecían muertos, algunos degollados.
Primero uno o dos, y así hasta despertarse un día y encontrar sacrificado a cuanto animal vivía en el pueblo.
Pobres bichos.
Pero no es lo mismo, lo de la nena es cosa seria.
No es que los perros no importen, pero no va uno a comparar.
Ese martes Ramón no la encontraba, la andaba buscando desde la mañana.
Y el que cuida las vías la vio. Tirada, chiquita.
No se podía entender. Y de ahí que lo buscan.
Parece que un testigo vio como la cortaba. No se sabe bien quien, por protección.
Y ya ese miércoles estaba todo empapelado. Y así sigue.
Y va a seguir.
La gente esta perdiendo la paciencia.
Y los carteles de venta abundan.
Todos se van para la ciudad, donde estas cosas no pasan.

jueves, 19 de junio de 2008

lasvie jas

Si era menos cuarto, era menos cuarto.
Ercilia no era de llegar tarde pero por alguna razón cuando se volvió vieja se volvió impuntual.
Marta fue impaciente toda la vida.
A las y cinco estaba ahí.
Un que tal rápido y tres cuadras de Marta muda, dientes apretados y boca fruncida.
Pasó una vidriera de zapatos divinos y se la aguantó, un vago durmiendo en la calle y se tragó el comentario, pero guardarse que descubrió un lugar nuevo de lanas le fue imposible así que decide ceder.
Son mucho más suaves y las chicas que atienden son regias.
Y con eso arranca por fin el programa semanal.
Hoy toca mercería, después una vueltita por Cabildo y el cafecito para el final.
Te digo que le cambias los botones y está, porque es gamuza de la buena viste, eso sí, si no lo buscas mañana se lo doy al muchacho.
El muchacho es Pablo, el hijo del portero. Poco le va a interesar el tapado marrón con corte de señora, pero de alguna forma hay que avivar a Ercilia que nunca pone la atención que Marta espera.
Si le muestra aros nuevos casi ni los mira, si le cuenta del divorcio de la que hace las manos en la peluquería no lo retiene y para peor, tiene la habilidad para sacar el aparato en el momento justo; cuando Marta quiere atención, Ercilia revuelve su cartera y lo saca: el telefonito ese; chiquito, lleno de botones y una luz que parpadea.
Y la atención se concentra toda en Ercilia y su aparatito; porque no solo quiere decir que el hijo tiene plata y la gasta en regalos para ella, sino también, y esto es lo que más la irrita a Marta, es una señal de que no esta vieja, o que no esta tan vieja.
Porque el teléfono lo manejo de maravillas; yo no soy ninguna boba.
Ante palabras como mensajes de texto y llamadas en espera Marta sonríe con dientes apretados.
Sacan número en la mercería.
Marta pide ochenta centímetros de elástico y un par de agujas número nueve. Ercilia muda.
Acordate de los botones para el saco.
Y se hace la tonta; Siempre se hace la tonta cuando le conviene.
Miran vidrieras por cabildo. Ercilia compra una camiseta blanca y Marta se la critica porque las de Morley de casa Félix son de mucho mejor calidad.
Esa se te va a arruinar antes de que llegue el frío.
Un par de galerías y una frenada en el puesto de flores.
Y por fin el merecido cafecito.
Lágrima para Marta y cortadito para Ercilia.
En jarrito para mi, y algo chico como para picar si puede ser.
Las novedades: se casa alguna nieta, se separa alguna hija, murió algún conocido.
Sara se compró un perro, y Marta también quiere uno. Ercilia ya tiene pero no es como el que se compró Sara o como el que quiere Marta, es uno gordo y petiso medio ciego y aunque ella diga lo contrario es evidente que no es de raza.
Pagan a medias, previa discusión dejame a mi, no estás loca; Propina mínima y muchos sobrecitos de edulcorante en las carteras.
Llegan a la esquina en donde se encuentran y despiden todos los jueves.
Beso, beso.
Cruzá despacito, tranquila que yo te miro.
Y Marta, solo tres años mayor, cruza con los dientes apretados.

jueves, 5 de junio de 2008

Artigas y Bogotá. La parrilla Abuelo Paco en pleno barrio de Flores cerró sus puertas para todo aquel que no estuviera en la lista.
La mejor vajilla y los manteles más blancos, los uniformes bien planchados para los mozos y flores, muchas margaritas y claveles.
Bety, la madre de la novia, no se puede quedar quieta; Acomoda las sillas, cuenta las copas, hace y deshace una corbata y hasta ordena los grisines de las canastas de pan. Se abanica con una servilleta y se pinta los labios rojos como su vestido, rojos como sus zapatos, rojos como sus rulos de peluquería. El marido, Mario, el de la corbata que se hace y se deshace descansa, no se mete , por las dudas.
Empiezan a llegar.
Primero la tía Coca, Jorge y Aurelio. Después Sandra, Mónica y un par de ex compañeros de la fábrica de Mario. Dos amigas de la cuadra, alguna que otra compañera del colegio de Natalia (la novia) y como una docena de amigos de la facultad de Claudio (el novio).
Empieza el murmullo: ese vestido lo usó para los quince de la nena; el mal gusto es hereditario; donde habrán metido a Darío, ese chico es impresentable; la novia a que hora llega; que no me sienten al lado de Coca; el rojo no la favorece.
Y cuando el espacio arreglado a modo de hall se atestó de invitados con frío y hambre llega Natalia. Una novia de treinti largos (cuarenta y tantos según dicen las malas lenguas), vestida de amarillo bien clarito porque de blanco no le daba (menos después del episodio vox populi con Raúl, el chico del mercadito). Una novia con guantes, corona y purpurina. Y con ella Claudio, un chico tímido, de traje marrón y zapatos negros.
Saludan en el hall para pasar después a las mesas.
Hora del brindis, pero no, hubo que esperar porque llega Susana.
Susana, Gonzalo y los chicos. Susana, la hermana de Natalia, la del medio, la que se había casado con un millonario.
Perdón no había lugar para estacionar, y bueno la 4x4 negra de vidrios polarizados no se deja en cualquier lado.
Y saludan y hasta que se ubican, una eternidad. Y todos que comentan lo divina de la nenita, Jazmín se llama, y lo alto del nene, Gonzalito como el padre.
Y ahora sí. Mario dice algo, nada memorable y Bety toma la palabra. Y habla y le encanta escucharse y se va por las ramas y Tía Coca, que esta vieja y usa eso como excusa, la calla y todos se ríen y retomar el discurso se vuelve imposible así que traigan la comida.
Llega el primer plato y Jazmín mira con asco como si nunca en la vida hubiese visto una ensalada rusa.
Mónica no come porque tiene mayonesa que engorda y la da la suya a Sandra con la esperanza de cambiar roles y de transformarla a ella en la prima gorda.
En la punta de la mesa las del colegio comentan lo culona que esta Natalia, es que el amarillo clarito no la favorece.
Comen la ensalada y después los ñoquis.
Y empieza la música. Al ritmo de la felicidad de Palito Ortega bailan las chicas y los hombres y las más viejas toman café y miran.
Afuera fuma Darío. Porque no da fumar adentro, porque no saben o se hacen los que no saben. Y además Aurelio, el hijo de Jorge, fue policía.
Se corta la música y llegan los postres. Pero antes, la torta. Tres pisos de biscochuelo de vainilla con mucho gusto a alcohol.
Las tiritas. Las solteras que se empujan y el anillo se lo lleva Sandra, y Mónica que la quiere matar.
Sigue el baile, y los de la facultad levantan al novio y lo tiran por el aire, y las del colegio intentan lo mismo con Natalia pero no sale.
La tía Coca, Jorge y Aurelio se van temprano, mucho antes se fue Susana y su familia.
A eso de las cinco: facturas. Algunos ni vuelta se dan para despedir a los novios, que se van porque en unas horas parten para la costa.
Pero antes el ramo, que le toca a una amiga de Bety, y Mónica piensa que se va a quedar soltera para toda la vida.
Y se van los de la fábrica, y después los amigos y las amigas.
Darío se va a la fiesta de un amigo.
Las primas se quedan hasta al final.
Bety se lleva las sobras.
Y Mario vuelve a su casa feliz porque hay ensalada rusa para rato.

domingo, 1 de junio de 2008

2 fin a l e s

PRIMERA PARTE
Se tenía que ir, y se tenía que ir rápido.
La situación en esa casa no daba para más.
Somos muchos y nos conocemos demasiado o nos conocemos mucho y nos queremos matar mucho más.
Gabriela se sentía ahogada.
Para empezar el día, su taza para tomar té con leche en manos de Matías.
Todas las benditas mañanas desde que el colorado se mudó a la casa tomó café, café solo, café negro y con sacarina en la taza, su taza para té con leche.
Y seguía.
Mauro y Karina. La irritaban tanto, despertaban en ella su peor fobia: encontrarse pensando como su madre. En cuanto se escuchaba decir esto no es un hotel Gabriela entraba en pánico.
Y peor.
Marlene, que desde que Fabio la había dejado a cargo, caminaba con aires de no sé que y se la pasaba tirada en bolas en el patio. Y desde ahí gritaba dando ordenes.
Y todo a ella, todo directo, sin escalas, todo, siempre todo a Gabriela. Que traeme soda, lava las medias, sacá la ropa, tocaron el timbre; que dejame de joder era lo único que Gabriela podía pensar. Pero no le quedaba otra, o al menos trataba de convencerse de que no le quedaba, porque las soluciones extremas son decisiones difíciles y Gabriela evitaba las cosas difíciles como nadie.
Pero un día no tuvo más remedio.
Incentivada en el desayuno por su taza de té con leche corrompida en sus narices y convencida del todo por el grito de anda a comprar más pan de la nudista del patio, subió a su habitación y sacó de abajo de su cama el baúl grande.
En el fondo no quería, o si quería pero la forma no le gustaba.
Con el envión del incentivo de sus compañeros abrió el candado y sacó las primeras cosas acelerada. Hizo una pila desprolija sobre la alfombra.
Cosa que salía del baúl, duda que entraba en la cabeza de Gabriela.
Quería irse y quería irse ahora. Y sí, esa frase funcionó como segundo incentivo.
Y así entre frenadas y enviones llegó a la caja de lata al fondo del baúl.

UN FINAL
La abrió entusiasmada (venía con fuerza, una frase en su cabeza había logrado dispersar la duda por unos instantes).
Y ahí estaban; entre collares, prendedores y algunos anillos se conformaba el tesoro de la abuela. Su abuela, la que la quería siempre, la que no le pegó nunca, la que la dejaba jugar y la que la había defendido toda la vida.
Y separó algunas cosas. Y devolvió otras que había separado porque no era justo; porque ese anillo a su abuela le encantaba y ese prendedor lo usaba siempre y la ponía contenta.
Pero después se convencía de que a lo mejor su abuela lo hubiese querido así. Así que separaba los anillos y los collares otra vez.
Y entre idas y vueltas se encontró caminando por la calle y casi sin darse cuenta ya estaba hecho.
Y listo.
Con esa plata se fue, se mudó y se compró un departamento.
Y debería ser feliz.

OTRO
La abrió entusiasmada (una frase en su cabeza había logrado convencerla del todo).
Y ahí estaba, la nueve milímetros que su abuelo le había dado cuando se vino de San Nicolás para la capital; la gente de la ciudad es rara y uno nunca sabe, hay cosas que son inevitables le había dicho el viejo o tal vez lo de hay cosas que son inevitables lo había agregado ella.
Tomó a su nueva aliada con fuerza y bajó a toda velocidad.
Primer objetivo el contaminador de tazas ajenas. Lo encontró, para su deleite, con las manos en la masa.
Debería dudarlo, pero no, no tuvo la menor duda.
Y pasó a mejor vida el colorado.
Ni por el ruido se inmutó la pareja de inútiles.
Tirados en la cama a las tres de la tarde, es como si les hiciera un favor. Primero él y después ella.
Y lo mejor para el final.
Salió al patio, ahí estaba: la degenerada.
Y como buena dictadora la miró a la cara y le dijo dejá eso. Y más ganas le dieron y menos remordimiento tuvo (en realidad no sintió culpa ni ahí ni nunca).
Y listo la gorda estaba muerta.
Y Gabriela debería tener miedo, pero no.