domingo, 17 de mayo de 2009

El campo en Azul había estado en la familia desde siempre.
Fue herencia insólita y de lo más oportuna para que, generación tras generación, pase los veranos sin necesidad de amontonarse en un destino sobre poblado.
Con lo que podían colaboraban para mantener el casco impecable durante todo el año y después se sorteaban las quincenas de diciembre enero y febrero.
El único que vivía ahí era Rauli.

Supieron que era raro desde el momento en que nació.
El médico recomendó un internado que dirigían unas monjas en la calle Arroyo.
A los padres les pareció desalmado abandonarlo ahí, así que lo mandaron a vivir al campo, con enfermera permanente.
Calculaban que tenia el coeficiente intelectual de un chico de entre tres y cinco años, tenía cincuenta y nueve pero no los aparentaba, no aparentaba ninguna edad.

A Laura le tocó la segunda quincena de enero. Se instaló con su marido Pedro, su hijo Tomás y las mellizas Florencia y Luisa.
Los días eran bastante parejos, se levantaban, comían y dormían siempre en el mismo horario.

Ese día no fue diferente.
Laura y Pedro dormían la siesta.
Los chicos estaban por ahí.
Un rato al corral de las gallinas, otro tanto mirando a los caballos.
Las carreras eran el clásico.
Primero hasta el auto, después hasta el pozo.
La última fue hasta la tranquera del fondo.

Tomás iba primero, con mucha ventaja, atrás venían las chicas.
Luisa venia mirando la velocidad de sus piernas, por eso no lo vio hasta tenerlo a menos de dos metros.
Frenó como pudo y en un segundo se dio cuenta.
Rauli estaba ahí, parado, en calzoncillos largos y camiseta, con una pistola.

Le gritó con toda su fuerza, fuera de si, le gritó Florencia y disparó.

Luisa se cayó para atrás, por el ruido o por el miedo, no sabe.
Se cayó pensando que estaba muerta.
Miró a Rauli, temblaba, tenía el tiro en la cabeza.

La escena se volvió silenciosa. Llegaron sus hermanos, en seguida aparecieron sus papás, los empleados, la enfermera. Podía verlos llorar, gritar desesperados, pero no los escuchaba. Se quedó quieta, paralizada.

Laura agarró a las chicas de los brazos y le dijo a Tomás que la siguiera. Los dejó en la cocina de la casa principal y les pidió que no se movieran de ahí.
Estuvieron mudos un buen rato hasta que Tomás sintió la necesidad de hacer valer su título de hermano mayor.
Les explico que Rauli se había suicidado.

Volvieron a Buenos Aires al otro día, diez días antes de lo previsto.
Laura y Pedro sentaron a los chicos y en palabras mucho menos claras les explicaron lo mismo que había dicho Tomás, que al tío seguramente no le gustaba vivir así.
Se dieron por explicados y no volvieron a hablar el tema.
Luisa sabía que el arma la apuntaba a ella, que la bala era para Florencia y que el tiro había salido por la culata.

No hay comentarios: