domingo, 4 de noviembre de 2007

B e t o (Primera parte)

Cuando la puerta de la habitación del tercer piso de la casa antigua en la calle Larrea se cerró detrás de él, supo que estaba atrapado.
Había caído ahí por una casualidad de esas que no se explican. Los hechos del 23 de abril se habían dado con tanta naturalidad que uno nunca se hubiese imaginado lo que le esperaba.
Juan Alberto Álvarez Castillo, Beto para los amigos, salió de su casa apurado; Llegaba tarde. Bajó por las escaleras y corrió a la parada del sesenta y siete que, como es de costumbre, no llegaba. Pasaron siete, si siete, diecisietes (que comparte parada con el sesenta y siete) y ni un sesenta y siete.
Beto estaba desesperado, el Dr. Jorge Buenavento le había dicho muy claramente que si volvía a llegar tarde que ni se molestara. Beto no podía darse el lujo de quedarse sin trabajo.
Siete y veinte: estaba jugado.
Beto hacía matemáticas con la cabeza; Según sus cálculos se debería haber tomado el colectivo a las y trece como muy tarde y bien clarito le marcaba su reloj digital siete y veintiuno. Imposible, no llegaba. El cielo estaba negro.
Ni un taxi, y bueno, empezaba a llover.
Esperaba, sin saber bien para que, claramente el trabajo estaba perdido. A eso de las y treinta y cuatro llegó una persona a la parada. Beto la calificó como persona ya que le resultó indescifrable tanto el sexo como la edad del ente que estaba parado justo detrás de él.
La vereda se volvía más gris. La gente huía despavorida del principio de la tormenta.
Nadie quedaba en la calle, salvo Beto y la persona.
Una incomodidad injustificada lo agobiaba. La situación no era más que una típica circunstancia cotidiana: dos personas esperando al maldito sesenta y siete que no se dignaba a venir. No sabía porqué, pero estaba nervioso.
Diluvio, se largó con todo.
Beto se tapó como pudo con uno de los cuadernos del estudio, total ya se había dado por despedido.
El ente lo tomó de un brazo. Con la lluvia molestando, Beto no pudo descifrar que era lo que le decía, pero supuso (y supuso bien) que quería llevarlo a resguardarse del agua.
Corrieron unas cuadras. La persona lo sujetaba con fuerza, Beto asumió que se trataba de un hombre.
Luego de varios minutos de correr frenéticamente por las cuadras empapadas del barrio de Palermo, el ente y Beto se detuvieron frente a un portón rojo.
La persona hizo una seña con la cabeza y abrió la puerta, sin llave simplemente la empujó con el cuerpo.
Beto dudó un instante, el ente lo tomó de la mano y, sin saber muy bien si fue por su decisión o por la fuerza constante que ejercía el extraño sobre él, entró en el edificio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué buena escena de misterio que creaste querida...voy corriendo a leer Beto 2